No se sabe por qué se ama.

El amor es un don que nos sobreviene sin poder explicar qué lo produjo. Así me sucedió con Rumanía y si ahora trato de explicármelo sé que una parte de ese misterio imprevisto quedará inalterado y desconocido. Pero quiero hacerlo aunque solo sea por el placer de dejar tras de mí unas huellas para el que venga detrás mío pueda reconocer algo que yo he visto y querido.

Cuando uno cruza la frontera rumana tiene la impresión verdadera del significado de este tránsito, tal vez, por primera vez en su vida. Muchos indicios nos señales que nos adentramos en otro mundo con otras reglas y con otra mirada.

Un dominio de ciudades fantasmágoricas postindustriales a veces (Copsa Mica, Arad, etc) o de villas maravillosas a las que un hechizo ha conservado como eran en el siglo XV (Sibiu, Sighisoara,etc.). El contraste será siempre sobrecogedor, en un mismo suelo conviven las brumas más densas de un pasado mágico, con su tradición de seres fantásticos: vârcolaci, iele, Moroï y sus lugares extraidos de una época que parece remota, con el ambiente postsoviético de intrigas, contrabandos, bloques socialistas desvencijados y la sombra de la antigua Securitate, la policia de la que hasta la KGB desconfiaba.

Y es que Rumanía es un microcosmos, una reproducción a escala de la totalidad del mundo: sus playas melancólicas en el mar Negro, el inenarrablemente hermoso Delta del Danubio, la majestad imponente de los Carpatos, ese enloquecido carnaval donde se mezclan lo verdadero y lo falso bajo todas sus máscaras que es Bucuresti o las afiladas agujas que rematan tantas torres encantadas en Sighisoara, la Praga de los Cárpatos; y sin duda unos nombres de tierras que aun estremecen por su fuerza: Transilvania, la tierra de allende los bosques o Valahia.

Conviene, no obstante, en Rumanía ser despierto y agudo. El caracter europeo y a la vez oriental de los rumanos, su equidistancia de París e Istambul, provocan que muchos rumanos procuren sentirse con los turistas como jugadores de ventaja, siempre dispuestos a sacar algún partido. Pero rápidamente, si ven que tu disposición es franca y cálida, y reconocen en tí a un hermano del SUR de Europa, se tornarán extremadamente dóciles y generosos, dispuesto a charlar contigo durante un buen rato todo y no conocer otra lengua que el rumana. Sólo la prepotencia de turista de pais rico será penada como merece: con expolios y timos completados siguiendo todas las reglas del arte.

Viajad a Rumanía, en coche si podeis, en Calea Ferata (tren) si no hay más remedio, o a pie incluso. Impregnaos de esa tierra pristina y aun llena de arcanos, leed si podeis a sus muchos y excelentes poetas y escritores (Eliade, Cioran, Culianu, Iorga, Zamfirescu...son algunos de los más conocidos) y bebed sus cervezas.

Pero os advierto de un peligro: tal vez vuestra alma quede atrapada entre las redes de esa Madre Incógnita que es Rumania y esteis, como yo, deseando...

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